por Daniel Welschinger
Hasta septiembre de 1843 Marx había compartido las dos ilusiones características de los jóvenes liberales radicales: las esperanzas en la educación y en la política. La crítica idealista a la cultura persistía con el horizonte de un Estado que pudiera elevarse a ser condición de libertad, ámbito de emancipación.vida ética, racional y universal.
Pero en París conoce a Louis-Auguste Blanqui, quien le hace ver que el fanatismo y la alienación (religiosa, económica o política) no es un mero problema de conciencias que pueden ser cambiadas solo con mostrarles la verdad, sino la forma en que las clases bajas y medias tienen para poder aguantar su realidad material y simbólica, la miseria de su existencia.
La enajenación tiene su raíz en la orientación del deseo. Proyectar hacia otro lado las esperanzas, la justicia y la tranquilidad, es el modo de soportar las inhumanas condiciones de vida y (eventualmente) del trabajo.
Recién veintitres años despues pudo la práctica devenir concepto y sumar al dolor de la miseria real el dolor de la conciencia de nuestra complicidad al soportarla. Una vez más, la historia del espíritu fue anterior a su autoconciencia.